sábado, 3 de marzo de 2012

Luces, cámara, autómatas y acción.

“Una reflexión sobre el cine a partir del cine en el cine” o “un homenaje a los primeros años del séptimo arte” es lo primero que nos viene a la mente cuando se nos pregunta de qué trata la película Hugo de Martin Scorsese. Pero no es sólo eso, o cuando menos no debería. Hay muchos hilos que quedan sueltos en la historia y en las siguientes líneas trataremos de unirlos.
    Esta película, cuyo guión es de John Logan y está basado en el libro La invención de Hugo Cabret de Brian Selznick, nos invita a pensar en la noción de la máquina como mímesis, como lugar en el que se entremezclan realidades para crear una nueva y es una excusa para recordar a aquél turco que casi nunca perdió una partida de ajedrez. Sí, el turco, aquél autómata que para Walter Benjamin es “el materialismo histórico manejado por la teología”, o del cual Edgar Allan Poe renegaba diciendo que era “un conjunto de métodos para estimular una ilusión con un enano dentro de él”, se convirtió en la película en un autómata completo, es decir, en una máquina que encerraba dentro de sí el mecanismo que le imprimía movimiento... o bueno, casi todo estaba dentro de sí ya que era necesaria una llave, una llave que le diera cuerda, que le diera la chispa que le faltaba, es decir, movimiento y vida. 
    Pero antes de seguir hablando del autómata debemos ubicarnos. ¿Dónde más podríamos estar a principios del siglo XX si no es en una estación de trenes? y no estamos en cualquiera. Junto al Sena, situada en el corazón de París, estamos en la mismísima estación d’Orsay (hoy museo). El edificio construido para la Exposición universal de 1900, ahora nos cuenta una historia que nada tiene que ver con el impresionismo que hoy alberga sino con el primer mago del cine: Georges Méliès. 
    Este cineasta fue el primero en establecer vistas en movimiento dramatizadas frente a la cámara, valiéndose de dos recursos mágicos: la sustitución y la desaparición. Elementos que seguimos viendo un siglo después, a pesar de haber sido utilizados por actores mudos que se comunicaban con un público de sordos y que como dice en la película fueron parte del lugar en el que se construían los sueños. Un viejo loco decía que quien domina la ficción trastorna la realidad y es justo la locura la que nos permite desligarnos un poco de las comparaciones con lo real y hablar de la imaginación, de la aventura y del misterio que envuelve a cada momento la historia de Hugo. 
    Desafortunadamente el padre de Hugo, un relojero, por causas del destino muere en el incendio de un museo del cual unos días antes logró rescatar un artefacto extraño para él... un autómata. El mismo autómata del que hablábamos en un inicio, el de la llave. Este artefacto lo podemos comparar con la noción de los antiguos griegos de Kolossos la cual consistía en poner en relación este mundo con el de los muertos, por lo que implica una sustitución o conmemoración de eso que se ha ido. Es una acción que implica memoria, hacer conciencia del tiempo e imaginación. Pero que no puede llegar a ser sin un ritual de por medio, un ritual que implica movimiento y fiesta, en este caso espectáculo, imaginación y cine... 
    Si únicamente nos quedamos con la idea de que el autómata de Hugo es la imitación del turco estaríamos cayendo en una explicación muy simplista. Aquí queremos manejar el concepto del autómata en tanto mímesis, es decir, como representación de un objeto en un orden distinto, como una nueva invención por lo que éste es aquél. El mecanismo del turco es lo natural, un hombre, un enano dentro de él que le sirve como herramienta, como otro mecanismo para llevar a cabo su función: jugar. En cambio, el mecanismo del autómata de Hugo es mágico y su fin es dibujar un sueño. Su dibujo es una disposición de los elementos de una cosa haciendo mímesis con la que fue la gran película de Méliès pero reconfigurando el sentido. Este orden de las cosas quizá pueda verse como una teleología y sí lo es dentro de la lógica de la película ya que Hugo piensa que ese podría ser un secreto que su padre quiso compartir con él... la primer película que él vio en el cinematógrafo. La representación hace unidad de tiempo, crea su tiempo. Esta frase no podría ser más literal en la película. ¿A qué me refiero? Me refiero a la gran maquinaria de los relojes de la estación que funcionan como un gran organismo del cual debe estar siempre pendiente Hugo ya que sin él, dejaría de moverse. Este organismo es la materialización del tiempo que a su vez depende de quien lo mantiene, el hombre o bueno, un niño.
    Por lo tanto, estamos viendo la manipulación del tiempo y el espacio por la máquina, es decir, hace que de la urdimbre de lo cotidiano notemos el hilo, el quiebre, lo temporal de lo temporario. Toda experiencia dada, como abstracción de lo real, de lo que vivo, es una ilusión, es magia. Pareciera que hablamos de una noción platónica pero en este caso no es así, es más la ilusión como algo que busca no la verdad sino la verosimilitud, que implica convenciones en su construcción, en el hacer, en el plasmar una idea y además ciertos artificios en el lenguaje, en los códigos que rompen con nuestras expectativas de sentido. 
    Esto de algún modo nos habla además, de una metáfora a escalas enormes del autómata como máquina, como mecanismo, como invención. Una invención en la que nos movemos con la tecnología del 3D y los lentes que nos prestan en nuestro cine de confianza. Nosotros entramos en el juego y espectáculo de la máquina del cine, elegimos un lugar en la séptima fila reglamentaria, nos ponemos nuestros lentes y hacemos como si formáramos parte de la película, como si fuéramos la cuarta pared del teatro, tratamos de tocar los engranes y repetimos la reacción de la gente cuando proyectaron por primera vez los hermanos Lumière: nos agachamos al pasar el tren...

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